Mi hijo sólo camina un poco más lento

Por: Ira Franco

Las intenciones de esta obra son muy buenas, aunque su resultado nos quede a deber un poco, particularmente en lo relativo a la puesta en escena. El texto reflexiona en torno a la negación de una madre sobre la enfermedad degenerativa de su hijo y la imposibilidad que tiene toda la familia para abrazar la felicidad, la poca que va quedando después de años de resentimientos, envidias, silencios y secretos.

Es el día del cumpleaños número 25 de Branko (Jerry Velázquez), quien ha ido perdiendo la movilidad en las piernas de a poco, hasta quedar limitado a una silla de ruedas. Su madre (Karina Gidi) enfrenta su enfermedad huyendo del duelo, como si fuera un obstáculo salvable, casi temporal, mientras cuida como puede a su propia madre, una anciana que se inventa un pasado, no come y odia casi a todo el mundo a grito pelado (Concepción Márquez, estupenda).

La dramaturgia del croata Ivor Martinić es muy sugerente y logra embarrar a todos los personajes de una desazón conmovedora, especialmente a través de las vociferaciones de una ruidosa tía de personalidad border (la argentina Anahí Allue) y del amor simple y sincero que le ofrece una chica (Ana González Bello, la actuación más fresca y emotiva) a Branko, aun cuando éste se encuentra postrado en la silla de ruedas.

El inconveniente de esta obra es que el texto está constreñido a un montaje con poca imaginación, donde los actores, luego de terminar sus líneas, se sientan en las orillas del escenario. Cansa verlos ahí inermes, esperando la entrada a su escena, como si fuera un ensayo. Además, la joven narradora que actúa como voz en off y que no tiene ningún papel dentro de la historia es desangelado y más bien parece un capricho de Diego del Río, el director. La dramaturgia vale mucho la pena –se ha montado en varios países latinoamericanos con bastante éxito– a pesar de sus tropiezos.

Lee nuestra entrevista con Karina Gidi