Siempre pensé que el mundo no duraría más de 100 años. Que los humanos agotaríamos los recursos necesarios para garantizar la preservación de la especie. La respuesta de la gente solía ser “seguramente los avances tecnológicos evitarán que eso pase”. Y yo siempre pensaba en el agua. “Si en verdad tiramos las toneladas de basura que dicen que tiramos diariamente y si en realidad contaminamos tales cantidades de agua por minuto… no habrá tecnología que nos salve. No duraremos más de 100 años”.
Mientras escribo estas líneas, reviso si no hay indicios de urticaria en mi piel. Resulta que vivo exactamente en la zona donde hace unos días, comenzaron los bloqueos y manifestaciones por el agua contaminada en la Benito Juárez.
Fueron mis vecinxs quienes que nos alertaron de la gravedad: ni tomar agua ni cocinar ni lavar los platos con agua de la llave. Obviamente las tiendas del rumbo no tardaron en brillar por la escasez de garrafones: lo primero que pasa siempre que parece que ya nos cargó el payaso.
De momento, tuve una sensación que no vivía desde la pandemia. Eso que se siente cuando la situación nos rebasa por mucho. Cuando queda poco por hacer. Pienso también que la situación aparenta ser gravísima cuando el destino nos alcanza a la clase privilegiada, pero que esto es pan de cada día en cientos de poblaciones del país, y ni qué decir del mundo. Y cuando, por si fuera poco, este tipo de situaciones se utilizan como capital político en un montón de dimes y diretes previos a las elecciones, entonces sí creo que no merecemos ni un minuto más en este planeta que, aunque decidimos llamar Tierra, está compuesto mayormente por el más indispensable de los líquidos.
El margen de movimiento es poco. Podemos hacernos a la idea de no lavar platos o no cocinar con agua de la llave por un rato. Podemos bañarnos en casas de gente que nos abra sus puertas para hacerlo. Pero ¿por cuánto tiempo? ¿Hasta cuándo se extiende la fecha de caducidad del privilegio y nos empieza a llevar la chingada a todxs parejo?
El agua, sin la que no podemos vivir más de dos o tres días antes de empezar a morir, es el máximo indicador. Hemos aprendido que cuando el gobierno da cifras preocupantes, normalmente tenemos que multiplicar esas cifras por tres y entonces preocuparnos el triple.
Terremotos, pandemias, sequías… así los gritos desesperados del mundo por frenar la estupidez crónica del ser humano. Si las guerras por causas religiosas, que comenzaron siglos atrás, no han logrado exterminarnos del todo, seguramente lo hará una guerra por agua. Entonces, al mundo no le quedan 100 años. Si ya se preocuparon los habitantes de una alcaldía privilegiada, en la capital de uno de los países con más riqueza del mundo, ¿qué nos espera como especie en los próximos 10?