Por Gabriela Gutiérrez Mendoza, jefa de Unidad de Educación y Extensión para la Igualdad, CIGU UNAM.
La maternidad necesita menos juicio y mucha más sororidad
Esther Vivas
En una junta escolar, en la estancia donde asistía mi hija, la profesora nos indicó presentarnos, varias tomaron la palabra: soy la mamá de Bren, soy la mamá de Erick, soy la mamá de…, al presentarme dije: soy Gabriela y mi hija es Estibaliz. Así es primero fui Gabriela, y luego fui mamá, al afirmarlo era un acto de rebeldía ante una maternidad en la que se diluye la identidad de las mujeres.
Me he preguntado ¿con qué se construyó mi maternidad?, tengo varias respuestas, y muchas dudas. Sé que se construyó con desvelos, dudas, culpas, estrés, ternura, creatividad, con inseguridad, sintiéndome sola y preocupada cuando alguno de mis bebés vomitaba a las 2 de la madrugada y corría a servicios médicos de urgencia, sintiendo nauseas al saber que es media quincena y no había dinero para los gastos básicos y para cuando los tenis se rompían, al no reconocer porqué lloraban, o si les daba suficiente comida, o la dosis exacta de medicamento.
Me sentí mucho tiempo sola y culpable de no tener lo suficiente para ser buena mamá. Y cuando me repensé, en un momento de mucho dolor, logré imaginar que podría resignificar la maternidad, fracturar lo tradicional y agenciar nuevas propuestas, me senté a reflexionar con otras mamás, lloramos, reímos, miramos fotos, intercambiamos utopías para regresar fortalecidas al día a día.
Aprendí a amar y cuidar, a negarme a mí misma, a colocarme en segundo o tercer lugar, a trabajar, trabajar para generar ingresos, a trabajar en los cuidados de mi hija e hijo, trabajar para mantener la casa organizada. Cada momento de crecimiento, de felicidad, de descubrimientos lo celebré, me sentía iluminada.
En esa demanda intensa de cuidar y acompañar me olvidé de mí misma, de mis deseos, de mis sueños, y sentía que valía la pena, aún lo siento, valió la pena. Lo que no valió es el descuido, en negar mis sueños, deseos, querencias, enfermedades, cansancio por cuidar. Cuidé, me descuidé.
En algún momento, cuando mi hija e hijo eran muy pequeños, me pregunté ¿qué deseaba aportarles en su vida? Y decidí llenarlos de experiencias en museos, cine, conciertos, teatro, exposiciones, scouts… busqué actividades que abrieran sus ojos, su corazón y su mente al mundo, a la vida.
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Fuimos a cursos sobre sexualidad, autocuidado, platicamos sobre diversidad, inclusión, religión, vampiros, Star Wars, necropolítica, cómo lavar la ropa, etc., mi propuesta: conozcan al mundo y elijan lo que les haga feliz. Busqué desde mi maternaje que se amaran, fueran libres, felices, y autónomos.
En contrapartida, yo me la pasaba buscando, administrando tiempos que nos permitieran salir de paseo, atender las tareas de la casa, los pendientes del trabajo, el dinero para que costera las compras básicas, escolares, de transporte, etc., y sudando porque nunca alcanzaba la energía, el tiempo y el dinero. Y ahora reflexiono, busqué nuevas formas de cuidado y vínculos amorosos, pero quedé anclada en una exigencia social de la maternidad: la negación de las necesidades personales.
La maternidad no un instinto innato, sino aprendizaje colectivo
Escribo hoy porque sé que he hecho lo mejor posible, con lo mejor que tenía. Y que no soy la única, que somos muchas las que estamos en el día a día cuidando, aprendiendo, fallando, comprometidas y cansadas. Porque hemos creído en la maternidad que nos vendieron desde muy niñas, en esa que todo lo dona, que todo lo sacrifica, que todo lo sabe, que no falla, que es fuerte y valiente, y que al no cumplirlo nos sentimos derrotadas.
Les digo compañeras de maternidad: lo estamos haciendo con compromiso amoroso, lo mejor posible, con los recursos y saberes que tenemos, y reconstruyendo todo el tiempo las vivencias amorosas con nuestras hijas, hijes e hijos.
Propongo un reconocimiento de la valía de las co-madres, de las mujeres que acompañan en la maternidad, que les enseñan canciones de cuna, a cambiar el pañal, a preparar papillas, a cuidar a las hijas, hijos e hijes cuando necesitan dormir, que las abrazan cuando se sienten cansadas, y que les afirman que un diez en la boleta de calificaciones no define la vida. Las redes de mujeres salvan la vida, son actos sororos, donde las mujeres se reconocen iguales y pactan desde sus historias de vida, y sus saberes.
Es tiempo de reconocer que la maternidad no es producto de la naturaleza e instintiva, es un proceso de aprendizaje social, que requiere acompañamiento comunitario e institucional, y el acercamiento de recursos múltiples que permitan maternar y cuidarse, que existen diferentes maternidades, que muchas están en procesos de inventar otras formas de vincularse y acompañar a sus hijas, hijos e hijes, y que muchas mujeres al decidir que la maternidad no entra en su proyecto de vida ejercen su autonomía.
La maternidad es parte de un entramado social que requiere acompañamiento y recursos sociales, el impulso de procesos de autocuidado para que las mamás se fortalezcan con proyectos de vida más allá del maternaje. Hago mías las palabras de Esther Vivas “la maternidad necesita menos juicio y mucha más sororidad”, y ternura, mucha ternura.