Hace algunos ayeres la —ahora CDMX se leía entre letras abombadas, coloridas, y de ingenio infinito. Los rótulos —como comúnmente se llaman— tapizaban la creciente ciudad monstruo invitando a sus habitantes a probar cierta fragancia, a contratar algún servicio o incluso desplegando las delicias que ofrecían restaurantes. Difícil resistirse, esas letras elaboradas con polvo de estrella atrapaban a cualquier incauto. Aunque la voracidad de la capirucha casi termina con estos, hoy en día resisten gracias a personas como Melquiades García Alcántara, quien no ha dejado de trabajar el fino arte de la rotulación artesanal.
La omnipresencia del rótulo mexicano
¿Pero qué es la rotulación artesanal? “Lo es todo”, nos platica Melquiades mientras recuerda con dulzura. Para él, cualquier letra, número y símbolos plasmados en una superficie, bien hechos y con el fin de promocionar algo, es un rótulo. Son parte indisoluble de la gráfica chilanga, están presentes desde las torterías banqueteras, hasta en —algunas— bardas publicitarias. Se han convertido en parte del paisaje urbano, tanto que se nos ha olvidado voltear a verlos y preguntarnos acerca de ellos.
Estos diseños espontáneos tenían como fin la promoción y venta de ciertos artículos, por lo que fueron utilizados por los negocios de barrio durante la segunda mitad del siglo XX. Cantinas, sastrerías, tiendas de abarrotes, paleterías y demás locales que surgieron tras la complicada época posrevolucionaria adoptaron la meticulosa técnica para incrementar sus clientes y, de paso, lucirse con ingeniosos diseños decorativos.
Quizás los rótulos mexicanos nacieron como una necesidad publicitaria, pero también son arte y oficio que escriben parte de nuestra historia. A ver, sino explíquenme cómo es que don Melquiades crea piezas especiales para colecciones caseras, es decir, como pieza decorativa de algunos hogares. “Comencé trabajando para negocios, pero ahora también hago piezas para quien me las pida. Tengo clientes que las quieren para su casa o como algún regalo”, dice. El rótulo traspasó la línea de lo publicitario para ser objeto estético.
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De la rotulación en vidrio con estaño
Pese a la enorme pasión de Melquiades por el arte, jamás imaginó que terminaría dedicándose a este. “A los 19 años me encantaba el arte, sobre todo el arte dramático. Me encantaba todo eso, me llamaba la atención… pero luego uno de joven no sabe qué quiere”, la frase cae como pedrada, pero aquí andamos todos abriéndonos camino. Melquiades continúa:
“Lo mejor es encontrar algo que te llame la atención y solo seguir el camino que se le pone enfrente. Así encontré los rótulos. Aquí pude plasmar el arte y hacer algo que me gustaba, ya no lo solté”.
A diferencia de la mayoría de los rotuladores, este trabajo no fue herencia familiar, sino que fue aprendido por mera curiosidad durante su adolescencia.
“Fue en 1969 cuando vi algo brillante y dije ¿qué puedo hacer? Como pude conseguí una tira de material y dije voy a tratar de hacer algo como los letreros que veía. Así fue como empecé a diseñar por iniciativa propia el cuadro de una peluquería que encontré. Mi familia ni siquiera estaba de acuerdo con esto”.
Existen diferentes tipos de rotulación, la que robó el corazón de Melquiades está hecha a partir de capas de estaño de colores, como polvo estelar encapsulado. Idealmente se trabajan sobre vidrio —para un acabado limpio— sobre el cual se colocan trozos de estaño pegados con pegamento o con refresco transparente —tip de experto—. Posteriormente se utiliza un exacto para cortar las figuras y se continúan encimando capas o rellenando con pintura de acuerdo al diseño. Un trabajo así lleva al menos tres días ya que es necesario dar tiempo para que cada una de las capas se vaya secando. Así que no regateen.
“Hice las letras: corte de cabello, bigote, barba… todo lo del arreglo de caballero y se lo llevé a la peluquería. Me preguntaron cuánto pedía por él y no recuerdo cuánto cobré, pero me dijeron que mi trabajo valía más y me pagaron el doble. Fue donde me salió la vocación. Sí se puede vivir de esto. Me gustaría ver mis primeros jeroglíficos. Era una peluquería muy pequeña, he tratado de buscarla, saber si aún existe, si su familia sigue ahí, pero no he tenido suerte”.
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Una ciudad coloreada con rótulos
El salto de fe, lo más sencillo, ya lo había dado; ahora le tocaba abrirse camino. Durante los siguientes años se dedicó a tocar puertas en todos los negocios que veía:
“Empecé a buscar en las taquerías, torterías, venta de mariscos, ostionerías, heladerías… a los bares les hacía cuadros para las bebidas preparadas y de ahí me brinqué a La Michoacana”.
¡Ay, la nostalgia! Cómo olvidar la sucursal de Santa María la Ribera con sus letreros perfectamente aliñados: la tipografía impecable, con colores que querías agarrar a mordidas, la magia de los destellos que provocaba el estaño y las curiosas paletas que marchaban acompañado los sabores disponibles. Melquiades es el responsable de tan gozosos recuerdos de infancia de los chilangos, quienes fervientemente acudíamos los domingos por una indulgencia.
Su sensibilidad para plasmar ideas en gráficos detallados le valió salir de la ciudad para decorar negocios por todo el país, primero con la paletería, después con otros comercios.
“Trataba de agarrar todos los trabajos que podía pero La Michoacana comenzó a expandirse por toda la República y ya no me daba tiempo para más, así que me quedé con ellos por un tiempo. Hasta le aprendí al negocio de los helados”.
Con la llegada de la impresión digital, el ocaso de los rótulos artesanales comenzó. Seguirle el paso a la ciudad era cada vez más complicado puesto que la modernidad se abalanzaba con rapidez sobre los locales tradicionales. Muchos de los nuevos negocios querían inmediatez y bajo costo, por lo que la rotulación artesanal dejó de ser tan socorrida. Esto llevó a los rotuladores a explorar nuevas posibilidades de negocio. Melquiades, por ejemplo, trabajó un rato haciendo rotulación para impresión cuando La Michoacana dejó de solicitar los otros.
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¿Su nieve de qué la quiere?
Entre los años noventas y el 2000 la rotulación artesanal fue injustamente considerada como obsoleta, quedando en pausa el trabajo de todos los artistas que la procuraban. Lo de ahora eran las lonas, los letreros luminosos y otro tipo de pantallas que daban la bienvenida al nuevo milenio. “Cuando no hice la rotulación me dedicaba a las heladerías. Tenía dos Michoacanas, una en Brisas en el Estado de México y la otra en Isabel la Católica e Izazaga”.
“Me dediqué como 10 años a vender paletas y helados, es muy laborioso pero muy bonito. Preparábamos los helados, las paletas, las aguas… ¡Uy! En Izazaga la gente hacía fila para comprarnos aguas frescas. El secreto eran los ingredientes, todo lo que usábamos era natural, la horchata la hacía con arroz, nada de saborizantes que sabían un poco feo, a cada receta le dedicaba su tiempo. Hacía cosas muy sabrosas y la gente se iba muy feliz”.
Parecería que entre la rotulación y las paleterías no hay nada en común, sin embargo la atención al detalle es una línea que atraviesa con cariño ambos pilares. Échenle un ojo y me dicen: Encontrar a los mejores proveedores, elegir cuidadosamente la materia prima de buena calidad, perfeccionar la técnica, darle el tiempo a cada paso, ponerse creativos y experimentar. Una verdadera sabrosura el resultado de los trabajos artesanales. “Mi favorito era el helado de café almendrado y el agua de rompope, pero con rompope bueno y abundante”.
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La revancha de la rotulación artesanal
Lo vintage se puso de moda y, aunque la chaviza lo tache de mainstream, esto ayudó a que ocho años atrás regresara el gusto por la rotulación artesanal. Imagínense la emoción que sintió el maestro rotulador cuando lo contactaron para hacer nuevamente un trabajo, además no fue cualquier trabajo, sino que ¡se fue a Francia! “Un día me buscó una señora llamada Maria Aimé, me dijo que tenía 3 años buscándome para que le hiciera un trabajo, al final dio conmigo. Le hice esos trabajos y volví a retomar la rotulación artesanal”. Tremenda remontada, si me permiten decir.
Dirán lo que sea de las redes sociales, pero también han abierto un mar de posibilidades para artistas, quienes amarran nuevos proyectos, clientes y dan a conocer su trabajo. Gracias a Instagram, Melquiades ha enviado rótulos a Estados Unidos, Francia, Reino Unido y hasta Noruega. ¡Pero qué elegancia! “Además son quienes me pagan sin temor a que les quede mal, me tienen confianza y me pagan por adelantado”, se ríe mientras morimos de vergüenza por los mexas que regatean trabajos artesanales.
Eso sí, la rotulación ha evolucionado, lo que comenzó siendo una técnica empleada únicamente como publicidad in situ para los negocios, ahora es considerada un verdadero arte digno de exposición. “Tengo muchos clientes, muchos famosos, que me han pedido piezas para su casa. ¡Hasta a un recién nacido le mandaron a hacer uno como regalito para su cuarto!”, nos dice cortando nuestra curiosidad. Aunque queríamos conocer más acerca de estas personalidades, Melquiades es una persona de principios que guarda celosamente la privacidad de sus clientes.
Lo que sí nos contó es acerca de la colaboración que hizo en 2017 con uno de los mexas más banda que hay: Camilo Lara del Instituto Mexicano del Sonido. “Ese no es un secreto. Camilo es mi gran amigo, un día me buscó porque le gustaba mucho mi trabajo y me pidió un rótulo que fuera el diseño de su disco. ¡Hasta lo llevé a las peleterías de Chalco que aún conservan mis rótulos!”. Disco Popular tiene una preciosa portada obra de Melquiades, la cual le ha valido gran reconocimiento en la industria, así como su participación en ferias de arte y diseño.
Siempre hay un rótulo para un descosido
Nuestro artista no se cierra a las posibilidades: A principios de año, gracias al Laboratorio Colaborativo de Arte y Texto, Co-Lab, Melquiades representó a la rotulación artesanal en la Art Week 2022.
“Me gusta rotular de todo, desde los negocios tradicionales y sus letreros. Rotulo todo lo que se pueda hacer. He hecho paisajes, menús, cuadros para la casa. Me gusta ver a la gente feliz con mi trabajo, le pongo mucho corazón plasmando los diseños. Cuando los clientes halagan mi trabajo me da fuerzas para seguir haciéndolo”.
En el Centro Histórico, por ejemplo, Taquería La Cinco de Mayo ha decidido retomar una tradición familiar de más de 40 años de añadir rótulos artesanales en el negocio. Iván Almanza, taquero dueño del establecimiento, encargó un llamativo menú para su taquería ubicada en la calle del mismo nombre. Por otro lado, la taquería de su abuelo, ubicada en la calle de Independencia, conserva un rótulo que data de los años ochenta con unos curiosos licuados y frutas.
Nuevos conceptos como Esquina Comunal en la Roma también ha decidido ensalzar su salón con un espectacular diseño que, pese a que rompe con los rótulos de antaño, mantiene la esencia del trabajo de Melquiades. Podríamos seguir enlistando ejemplos: taquerías en Europa, hogares de mexicanos que viven en el extranjero, mercados de arte mexicano y hasta chilangues curiosos que coleccionan piezas de diseño. Los rótulos están por doquier.
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Con amor, de México para Japón
Con este repunte nuevas puertas se han abierto para Melquiades y con ello aparece una luz para el oficio que estuvo a punto de desaparecer hace 20 años. Quizás no todos los negocios retomen la tradición de rotular en vidrio, pero sí ha crecido el mercado de curiosos que adquieren piezas para su hogar. Alrededor de los rótulos hay un nicho predicando la palabra de los trabajos chingones que se hacen en México.
“Yo creo que la rotulación no va a desaparecer, a la gente le gusta lo artesanal y mientras haya gente interesada en esto va a seguir. Es algo de rotulación desconocido y muy llamativo como decoración. Ahora se está valorando diferente”, nos asegura. Hoy en día está pasando el conocimiento a sus hijos, quienes tienen el enorme reto de preservar el legado de su padre. También nos platica que está dispuesto a recibir aprendices que no tiren la toalla.
Mientras tanto, él sueña en grande y lejano, ya que le gustaría que el siguiente paso en su carrera sea llegar a Japón con rótulos artesanales mexicanos. “No solo llegar a Japón, también hacer piezas de estilo asiático, dibujar la muralla o las olas famosas estaría padrísimo. Algo difícil. O quizás hacer alguno de esos tigres o flores. Me gusta mucho la cultura de allá, bueno, casi toda. Quiero conocerlo y plasmarlo con mi arte”, nuevamente su cara se ilumina al platicarnos esto.
¿Saben qué sería increíble? Que el internet haga su magia y este mensaje llegue a alguien que quiera un rótulo en Japón. ¿Será acaso nuestro día de suerte? Nosotros no tenemos duda de que Melquiades García, con tanto talento y corazón, llevará el arte de la rotulación artesanal al continente asiático, y que prevalecerá embelleciendo nuestra querida Chilangolandia durante muchos años más.
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