Steven Patrick Morrissey es guadalupano. Se le ha visto sobre el escenario usando camisetas de las Chivas, pantalones de mariachi y cinturones blasonados con la palabra México, o bien, con una efigie de la Virgencita.

Al igual que el idilio entre Juan Pablo II y nuestra ferviente nación, es la cepa de sangre católica develada en “Irish Blood, English Heart” la que oculta ese gusto mutuo por la culpa. Y como a los mexicanos casi no se nos da…

Morrissey = Juan Gabriel. En el ensayo Ask a Mexican, de Gustavo Arellano, el autor establece un paralelo entre ambos. Y no es porque los dos crooners ya tengan cuerpo de tonel. En ambos casos,el público ha logrado regocijarse en el miserabilismo lírico encarnado en personajes que desbordan ambigüedad sexual.

En ¡Viva Morrissey!, el periodista Chuck Klosterman indaga sobre cómo en un país de machos, el público permite sublimarse ante dichas expresiones de debilidad y de cómo los fans angelinos de Mozz han encontrado en su figura, una redención para los que viven en la marginalidad emocional.

Además, establece la hipótesis de que los pachucos, cholos y rockabileros de L.A. encontraron en el copete Pompadour, un paralelo con aquellos utilizados por sus mayores, allá en los años dorados del rock’n roll.

Que el ex vocalista de The Smiths se mudara a California y dedicara una canción a un tal Héctor, no fue coincidencia.

Ésta es la cuarta ocasión que Morrissey viene a México, pero por ser el Vive Latino, sin duda será la más significativa, pues al fin El Mozz podrá comulgar con la meritita banda.